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20 años de Antuco: testigo rompe el silencio

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Dos décadas después de la tragedia, que dejo 45 victimas fatales, un ex comandante en retiro ,en exclusiva, rompe el silencio.

¿Qué pasó en la reunión previa a la marcha? ¿Hubo advertencias claras?
Sí, las hubo. Fue una reunión en la que varios manifestamos que el ejercicio no debía realizarse. Había alertas del clima, sabíamos que los soldados no estaban instruidos en terreno ni tenían el equipo apropiado. Pero el mayor Cereceda, que recién había asumido el mando, fue tajante: “la orden está dada”. En el Ejército se obedece, aunque a veces eso implique callar el instinto.

¿Qué sensación lo acompaña cuando recuerda la jornada del 18 de mayo de 2005?
Una mezcla de impotencia y responsabilidad. La noche anterior ya teníamos una «mala corazonada». En la reunión, varios dijimos que no se debía salir, que el clima estaba en contra. Pero la orden ya estaba dada. Al día siguiente marchamos hacia lo que sería una tragedia. Fue la primera vez que nos enfrentamos a ese tipo de condiciones, y lo hicimos sin preparación real.

¿Cómo eran exactamente esas condiciones climáticas?
Extremas, brutales. Había una nevada intensa, el viento era helado y superaba los 20 km/h. La temperatura bordeaba los -35 grados. Muchos de esos muchachos ni siquiera habían visto la nieve antes. No tenían el equipo adecuado, marchaban con el uniforme estándar, sin protección real. Y eso marcó la diferencia entre la vida y la muerte.

La marcha de Antuco, es la mayor tragedia que ha sufrido el ejército, en tiempos de paz

¿Cómo describiría el estado emocional de los soldados antes de partir?
Estaban nerviosos, pero no por miedo a la instrucción, sino al entorno. Muchos jamás habían estado en la nieve. No sabían cómo moverse ni cómo reaccionar ante una tormenta blanca. Aun así, se mantenían disciplinados. Pero uno, como formador, puede leer en sus ojos la incertidumbre. Y eso es algo que nunca se olvida.

¿Cree que el mayor Cereceda comprendía los riesgos que enfrentaban?
No sé, en 1987 ya había ocurrido una situación parecida, con varios casos de hipotermia, aunque sin muertos. Pero eso se olvidó, no había memoria institucional. Tampoco escuchó nuestras recomendaciones. Fue una decisión tomada desde el escritorio, sin terreno ni empatía.

¿Qué marca dejó en usted este episodio como militar y como persona?
Una marca profunda. Uno entra al Ejército para formar, proteger y servir. Pero ese día obedecimos una orden que sabíamos que no estaba bien. Y eso duele. Sentí un conflicto moral muy fuerte, porque obedecer no siempre es lo correcto cuando hay vidas en juego. La tragedia de Antuco me enseñó que la obediencia sin juicio puede ser mortal.

¿Qué mensaje le gustaría entregar hoy, a 20 años de los hechos?
Que la tragedia de Antuco nunca se olvide. Que sirva como lección institucional, pero también humana. No se puede improvisar con la vida de los jóvenes. Se necesita preparación real, equipos adecuados y, sobre todo, capacidad de escuchar. A veces, prevenir salva más vidas que cualquier ejercicio de instrucción. Que la memoria de esos 44 muchachos y uno sargento no se diluya en el tiempo, porque ellos no debieron morir.

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