Funerales con disparos, música y fuegos artificiales revelan una narcocultura instalada en barrios vulnerables. Ainhoa Vásquez advierte que estos ritos de narco funerales operan como símbolos de poder, pertenencia y dominación territorial.
Disparos al aire, bandas de bronce, fuegos artificiales, motos y cortejos que paralizan barrios enteros. Lo que hace una década parecía excepcional, hoy es casi cotidiano en muchas comunas del país. Los llamados narco funerales se han transformado en una práctica visible, repetida y simbólicamente cargada, que revela algo más que un hecho policial: el avance sostenido de una narcocultura que toma fuerza en los márgenes del sistema social chileno. La experta lo reveló recientemente en una entrevista en Radio Bio Bio.
Origen de los narco funerales
Ainhoa Vásquez Mejías, investigadora chilena radicada hace más de 17 años en México y especialista en procesos culturales asociados al narcotráfico y la violencia criminal. En una entrevista clara y directa, la académica profundizó en cómo estos rituales fúnebres se convierten en actos comunicacionales, donde lo simbólico pesa tanto como lo delictual. En Hay que decirlo, lo contó.

Según la investigadora, la narcocultura no se limita a una estética visual o musical. Es un entramado simbólico que mezcla prácticas, rituales, lenguaje y expresiones emocionales. Los funerales son parte de ese código. Funcionan como ritos de validación, donde la comunidad narco reafirma su presencia y cohesión.
Vásquez aclara que no se trata de justificar estas expresiones, sino de comprenderlas en su contexto: territorios históricamente excluidos, jóvenes sin acceso a oportunidades, masculinidad definida por la violencia, y un Estado que muchas veces llega tarde o simplemente no llega.
El narco como relato de identidad
Uno de los ejes que la investigadora subraya es el de la masculinidad precaria. Jóvenes sin herramientas afectivas ni económicas que encuentran en el narco un lugar donde se les reconoce, se les teme y se les respeta. Este fenómeno, según Vásquez, no es exclusivo de Chile. En su experiencia en México ha visto procesos similares, aunque con matices. Mientras allá la figura del narco muchas veces se vincula al “proveedor del barrio” o al “Robin Hood” local, en Chile —dice— predomina un perfil más fragmentado, violento y desligado del tejido comunitario.
Para Vásquez, el combate efectivo a los narco funerales requiere más que operativos o leyes. Implica pensar a largo plazo, invertir en educación emocional, en masculinidades no violentas, en proyectos culturales que rescaten el barrio sin romantizar el crimen. El fenómeno de los narco funerales no solo tensiona a las autoridades ni asusta a los vecinos. También nos interpela como sociedad: ¿qué ofrecemos a quienes viven donde el Estado no llega? ¿Quién da sentido cuando todo parece estar roto? La respuesta, como advierte Ainhoa Vásquez, no vendrá solo de la fuerza, sino también de la cultura, la prevención y la reconstrucción del tejido social.


